El testamento de mi abuelo reveló un secreto estremecedor: durante meses se había hecho el sordo, escuchando todo lo que decíamos de él. Cuando sus verdaderos sentimientos se revelaron en el despacho del abogado, la codicia oculta y el amor genuino de nuestra familia salieron a la luz, dejándonos a todos atónitos y cambiados para siempre. Mi abuelo era el mejor. Desde que era una niña, era mi persona favorita en el mundo. El abuelo Harold podía iluminar cualquier habitación con su risa y sus interminables bromas. Siempre tenía un brillo en los ojos que hablaba de travesura y un corazón lleno de amor por su familia.
Cuando el abuelo falleció, sentí un profundo vacío. Echaba de menos nuestras largas charlas, sus sabios consejos y, sobre todo, su espíritu juguetón. Un recuerdo que siempre me hacía sonreír era cuando el abuelo gastó una broma ingeniosa que se hizo legendaria en nuestra familia. Era el Día de los Inocentes y el abuelo decidió gastarnos una broma a todos. Nos dijo que había escondido un billete de cien dólares en algún lugar de la casa. Nos pasamos horas poniéndola patas arriba, sólo para encontrar una nota en el tarro de las galletas que decía: “¡Los he engañado! Los mejores tesoros son los momentos que compartimos”. Todos nos reímos, y los ojos del abuelo brillaron de alegría.
Ahora, sentada en el despacho del abogado, no podía evitar sentirme triste. El abuelo se había ido, y la familia estaba a punto de conocer su testamento. Todos estaban nerviosos, pero yo creía que todos recibirían lo que querían. Al fin y al cabo, el abuelo era generoso. El abogado se aclaró la garganta y empezó a leer la carta del abuelo. “¡Hola, mi querida familia! Hoy, muchos de ustedes saldrán de esta sala muy decepcionados porque no obtendrán lo que querían. Es más, probablemente sólo una persona saldrá de aquí con una sonrisa porque, durante los dos últimos meses, estuve fingiendo.
En realidad no perdí la audición. Escuché todo lo que decían sobre mí. Así que empecemos con mi querido hijo, John”.”John, siempre has sido un hijo obediente, pero hace poco te oí quejarte de la carga en que me había convertido. Dijiste que no podías esperar a que se muriera el ‘viejo’ para poder echarle mano a mi dinero. Pues bien, John, te decepcionará saber que no vas a recibir ni un céntimo”.
El abogado continuó: “A mi hija, Susan. Susan, unas cuantas veces te oí hablar por teléfono mientras estabas en la habitación de al lado. No sé con quién hablabas, pero entendí que tienes enormes deudas y que estabas esperando a que yo muriera para recibir mi herencia y pagarlas. Por eso recibes un dólar. Espero que sea suficiente para cubrir tus deudas”. El abogado la miró con calma: “Susan, esto es lo que escribió tu padre. Sigamos adelante”. La sala se puso tensa. Todos se removieron en sus asientos, inseguros de lo que vendría a continuación. A Susan se le llenaron los ojos de lágrimas. Empezó a gritar y a llorar. El abogado se dirigió entonces a mi prima, Emily.