La vida de Chelsea se desmoronó como un vaso roto, llena de secretos y confianza rota, y su matrimonio estaba en problemas. Pero de esa tristeza, se volvió fuerte y valiente. Esta es la historia de una madre que luchó mucho para mejorar su vida, no solo por ella misma, sino por el futuro de su familia. Una mañana, cuando todavía estaba oscuro y tranquilo, me desperté temprano porque quería enseñarle algo importante a mi amigo Kyle. Mientras estaba acostada en la cama, mirando el techo, comencé a recordar nuestros primeros días en la escuela juntos. Conocí a Kyle cuando ambos estábamos en la universidad. Él estaba aprendiendo a ser programador de computadoras y yo estaba leyendo muchos libros de leyes porque quería ser abogada.
Ambos fuimos a una cafetería para tomar un descanso de nuestro ajetreado trabajo escolar. “¿Te importa si te acompaño?”, preguntó, con café y bocadillos en la bandeja. “Seguro”, respondí, sin levantar la vista de mis notas. Se sentó y pronto estábamos charlando como viejos amigos. Hubo una conexión instantánea, una chispa que ninguno de los dos podía negar. Un año después, nos casamos en una pequeña ceremonia, con nuestros amigos de la escuela como testigos. Todavía éramos estudiantes, haciendo malabarismos entre cursos y trabajos de medio tiempo, pero nuestro amor hacía que todo pareciera posible.
Poco después, tuvimos nuestro primer bebé, un niño encantador que nos hizo muy felices pero también nos mantuvo despiertos por la noche. Cuando terminé la escuela, ¡estaba esperando nuestro segundo bebé! “Me encargaré de todo, Chelsea. Concéntrate en ser una gran madre”, me dijo Kyle, con sus ojos llenos de amor y confianza. “Te creo, Kyle”, respondí, apretando su mano con fuerza. Después de diez años y teniendo dos hijos, pensé en dónde había ido a parar el joven con el que me casé. El Kyle que vi en nuestra cocina anoche, con los brazos cruzados y una mirada seria en su rostro, no parecía la misma persona de la que me enamoré. “Si quieres comprarle un regalo de cumpleaños a tu mamá, tendrás que conseguir un trabajo de medio tiempo”, dijo, con su voz desprovista de la calidez que alguna vez tuvo.
—Es mi dinero, Chelsea. Si quieres gastarlo en alguien que no sea nuestra familia, tendrás que ganártelo. —Lo miré con la boca abierta—. Pero dijiste que no tendría que preocuparme por el dinero. Ese era nuestro trato, Kyle. Se encogió de hombros y volvió a su computadora portátil. —Las cosas cambian. Y me alegra que tengas una contribución que hacer. Recordé lo que dijo mientras me levantaba de la cama en silencio y caminaba suavemente hacia la cocina. Los niños todavía estaban durmiendo y quería este momento de tranquilidad antes de que las cosas se pusieran a trabajar. Cuando Kyle llegó a casa esa noche, la casa se veía muy diferente de lo que suele ser. No había cena lista y los platos todavía estaban apilados en el fregadero. No olía a una deliciosa comida casera como de costumbre.