El mundo de Dylan se hace añicos tras la muerte de su hermano. Atormentado por el arrepentimiento y el recuerdo de las últimas palabras que le dirigió su hermano, Dylan se hace cargo de su sobrino Kyle. Pero cuando Kyle revela un sobre de su padre, el pasado y el futuro de Dylan chocan de repente.
Las puertas del cementerio asomaban mientras Dylan guiaba su automóvil por el sinuoso camino, echando miradas furtivas a Kyle en el asiento del copiloto.

Su sobrino de diez años estaba sentado en silencio, con las pequeñas manos cruzadas sobre el regazo, mirando fijamente hacia delante. El viento otoñal esparcía hojas rojas y doradas por el parabrisas, un tributo de la naturaleza a la solemne ocasión.
El silencio entre ellos se sentía pesado por todo lo que quedaba por decir.
Dylan no podía escapar al eco de las últimas palabras de su hermano Ethan, tan agudas y cortantes como lo habían sido hacía poco más de un año.

“Hermano, nunca te interesaron los valores familiares. Sólo te quieres a ti mismo”. La voz de Ethan, débil por la enfermedad, llevaba el peso de años de decepción.
“¡No me apoyaste ni siquiera cuando mi esposa nos abandonó a mí y a mi hijo!”, había añadido Ethan. “Nunca cambiarás. Pero te pido de todos modos que, por favor, visites a Kyle en el orfanato cuando esta enfermedad me lleve. Es lo menos que puedes hacer”.
Ethan había tenido razón, por supuesto. Dylan había sido egoísta, demasiado absorto en su propia vida para darse cuenta de lo mucho que lo necesitaba su hermano.